El peregrinaje ha estado tradicionalmente ligado a la fe religiosa
y al cumplimiento de una penitencia. En nuestros días,
peregrinar continúa siendo una práctica habitual
para miles de personas quienes, con independencia de sus creencias
religiosas, encuentran en estos reductos de espiritualidad,
la paz interior y las respuestas a su búsqueda personal.
El Santuario de Lourdes, situado en Francia, en Los Altos
Pirineos, es uno de los principales lugares de peregrinación
en Europa. 138 años después de la primera peregrinación
oficial, Lourdes continúa recibiendo miles de personas
provenientes de países de todo el mundo, muchas de
ellas enfermas o discapacitadas quienes, a pesar de sus dificultades,
se embarcan en este viaje espiritual atraídas por la
extendida fama curativa de sus aguas. Junto a estas personas
se desplazan cientos de voluntarios. Son los nuevos peregrinos
del siglo XXI, personas que encuentran en la solidaridad y
la entrega desinteresada, el verdadero sentido de su peregrinaje.
Dos veces al año, parte de la estación de França
el tren especial de peregrinos fletado por la Hospitalitat
de la Mare de Déu de Lourdes de Barcelona. Cada peregrinación
Barcelona-Lourdes cuenta con una media de un millar de personas
entre enfermos y discapacitados, familiares, religiosos, personal
sanitario y un gran número de voluntarios sin cuya
aportación, muchas familias no podrían siquiera
plantearse la realización de un viaje de estas características.
El grueso de este grupo de voluntarios lo conforman adolescentes,
cerca de 100 chicos y chicas de entre 14 y 18 años.
En Lourdes se les conoce como los 092 y son los responsables
de tirar de los “chinos” - carritos que deben
su nombre a su semejanza con los palanquines orientales y
en los que se sienta a cada enfermo para los desplazamientos
dentro del recinto del Santuario. A menudo, su labor trasciende
lo inicialmente previsto para ellos y se convierten en la
chispa que transforma esta experiencia compartida. Están
muy cerca de los enfermos a su manera, como mejor saben hacerlo,
con alegría desbordante y música. Incansables
y llenos de entusiasmo, ya desde las 6 de la mañana
se pueden escuchar sus guitarras y canciones inundando de
juventud los pasillos y habitaciones del hospital. Niños
y mayores se desperezan todas las mañanas al ritmo
de su música y durante unos días se convierten
en auténticas estrellas del pop. Pero ¿por qué
150 jóvenes se embarcan en un viaje de estas características?
¿Qué les impulsa a convertirse en peregrinos
durante unos días y querer vivir esta experiencia?
Concienciación social
Desde hace tiempo, la Hospitalitat de Barcelona está
llevando a cabo una gran labor de concienciación social
entre los jóvenes a través de los colegios.
Es una, entre muchas iniciativas que se están impulsando
desde diferentes sectores de la sociedad. Esta generación
de jóvenes está creciendo en una sociedad superficial
y egoísta que potencia el ombliguismo y ensalza principalmente
valores estéticos y materiales. Una sociedad en la
que el tener ha sustituido al ser, en la que se consumen frenéticamente
sensaciones, productos y personas y se huye de la reflexión,
del silencio, del ir despacio y de las cosas sencillas de
la vida.
El objetivo de este tipo de iniciativas es abrir una puerta
a los jóvenes, mostrarles otras realidades, ofrecerles
una manera de vivir más completa y darles la oportunidad
de respirar el espíritu del voluntariado antes de cumplir
la mayoría de edad.
En este caso, la peregrinación a Lourdes es, únicamente
el punto de partida, un curso intensivo en valores humanos
y solidarios. Lo importante de esta experiencia es la continuidad.
Aplicar, durante el resto del año, lo aprendido durante
esos días; en el entorno cotidiano, día a día:
con los abuelos, con los hermanos, con los amigos, en el colegio.
Éste es el mensaje de Lourdes que desde la Hospitalitat
de Barcelona se transmite a estos jóvenes.
Ser voluntario es una filosofía de vida que impregna
lo cotidiano. No son necesarias grandes hazañas. Con
constancia y cariño, los pequeños gestos producen
grandes transformaciones
Voluntariado y adolescencia.
Para la mayoría de estos adolescentes, este viaje
es el primer contacto con una realidad dura, con la cara no
bonita y fácil de la vida.
En una edad tan complicada como es la adolescencia en la
que uno generalmente se siente confuso, sin rumbo y lleno
de inseguridades, en la que uno no ve más allá
de sus narices y que se siente incomprendido, este tipo de
iniciativas contribuyen a que a los jóvenes desarrollen
la inquietud por ver qué hay más allá
de ellos mismos.
En este viaje, estos chicos y chicas tienen la oportunidad
de convivir con otros jóvenes de su edad, con niños
y también con mayores, quienes no lo tienen tan fácil
como ellos y para los que simplemente vivir el día
a día es ya un logro. Aprenden a valorar un poco más
lo que son y lo que tienen, a relativizar lo que en su día
a día consideran problemas y a ver que a menudo, no
tienen tanta importancia. Experimentan el espíritu
del voluntariado, y descubren, en el cuidado a los demás,
una experiencia nueva y enriquecedora.
Ser voluntario y peregrino es hacer una inmersión
en agua cargada de actos sinceros y buenas intenciones. En
Lourdes la gente se sumerge en piscinas de agua helada en
un simbólico rito de purificación con una fe
profunda en los milagros y en que sus vidas mejorarán
notablemente. Y eso sucede, porque ser voluntario abre los
corazones de las personas y potencia lo mejor de uno mismo.
Y al hacerlo algo mágico sucede. Dar y recibir sin
temor es un círculo infinito y un aprendizaje que uno
se lleva consigo cuando vuelve a su realidad del día
a día.
Andrea Navajas Ergüín
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